A PROPÓSITO DE LA MUERTE DE PERROS DE BÚSQUEDA Y RESCATE DURANTE LAS MISIONES DE RESPUESTA EN EMERGENCIA

Cada situación tiene su contexto que es necesario conocer y analizar en detalle, para descubrir si hubo errores que propiciaron la muerte del animal, y reducirlos en el futuro.  Ese examen debe hacerse con cabeza fría, con base en argumentos técnicos y especialmente, profundo respeto por los actores involucrados: siempre es mucho más fácil opinar sobre “como deben hacerse las cosas” cuando no se estuvo en el momento y lugar del evento, expuesto a todas las presiones que luego los videos, las fotos y los relatos no pueden transmitir.  Como Rescatista sé qué es estar ahí y tomar decisiones críticas, inmediatas, arriesgadas y con información insuficiente, y eso lo respeto. 

También es claro que las operaciones de búsqueda y rescate conllevan riesgos importantes para la seguridad y la vida de las personas y los animales que participan en ellas.  Es imposible eliminarlos todos.  De hecho, los objetivos tácticos de los perros de búsqueda son los de disminuir tiempos, costos y riesgos de operación para los humanos: cuando se envía a un can a buscar en un edificio colapsado, un derrumbe o una avalancha de nieve, queremos aprovechar su olfato y otras capacidades de detección superiores a las nuestras para hallar a las víctimas con más rapidez y precisión, pero también porque no queremos arriesgar a un humano.  Nos dolería mucho perder a un perro, pero dolería más, y tendría más consecuencias negativas de todo orden, perder a una persona.  Además, un perro bien entrenado puede evacuar un sitio peligroso con más rapidez y seguridad que cualquier persona.  Pero eso no significa que los enviamos a la muerte sin más: la respuesta a emergencias demanda protocolos muy exigentes de seguridad y cuidado para todos.  El “heroísmo” y “dar la vida por la misión” pertenecen a las viejas escuelas militares con las que el Rescatismo dio sus primeros pasos, pero hace décadas dejaron de ser válidos: las escuelas y los protocolos modernos de emergencias ya no aceptan salvar vidas perdiendo vidas, sino que exigen el entrenamiento y la aplicación rigurosa de medidas muy precisas para salvaguardar el bienestar de los rescatistas de 2 y de 4 patas, si es queremos que sigan salvando vidas más adelante.  Puede ser que en algunos escenarios militares extremos todavía se considere que una persona se inmole por un bien mayor para el colectivo.  Pero esa es su decisión racional, y es otro contexto.  El animal en la escena de emergencia sunca eligió si quería estar ahí, y no es consciente de la magnitud de los riesgos a los que es expuesto.  Y más allá, su muerte no sirve de nada.

Por lo pronto, no es constructivo analizar el tema desde las emociones desbordadas, las ideologías ni los fanatismos de algunos defensores del animalismo a ultranza, pero tampoco conviene romantizar las muertes que muy probablemente pudieron ser evitadas.  En esa línea, a continuación pego el aparte “¿HEROISMO Y HONOR EN LOS PERROS DE BÚSQUEDA Y RESCATE?” (páginas 222 a 225) de la cuarta parte del libro PERROS DE BÚSQUEDA Y RESCATE – Aprendizajes de una Experiencia Exitosa, publicado en noviembre del 2022, que profundiza sobre este tema.

¿HEROÍSMO Y HONOR EN LOS PERROS DE BÚSQUEDA Y RESCATE?

Es un error atribuirle al perro motivaciones humanas: algún gurú llegó a vender su humo a Latinoamérica afirmando que para los perros “era un honor” o algo así ser entrenados por él. Como también he leído palabras como “heroísmo” cuando un perro muere en su trabajo.  Nada de eso: si un perro de búsqueda y rescate sufre, es herido, se enferma o muere trabajando en búsqueda y rescate, muy probablemente es por un error, y frecuentemente por negligencia o incompetencia de su Guía y su grupo.  El heroísmo y las medallas post mortem son cuentos humanos que nada tienen que ver con el perro.  Y sacrificar la vida o el bienestar de un perro de trabajo por nociones ideológicas no solo es antiético sino estúpido: se está tirando a la basura la enorme cantidad de tiempo, trabajo y recursos invertidos en él.

El perro tampoco trabaja por “satisfacer” al Guía: esa es otra atribución antropocéntrica, es decir, que le asigna al animal comportamientos humanos que no le corresponden a la especie canina.  Tampoco hace lo que le indicamos por amor a la humanidad, por deseo de servicio ni por ninguna clase de reconocimiento.  Carballo, Dzik, Freidin y Bentosela (2018) escriben sobre la conducta pro-social, o sea, “aquella dirigida a beneficiar a otros individuos”.  En la que los perros “motivacionalmente, deben estar dispuestos a realizar una acción que no conlleva un beneficio inmediato para ellos”.  Aunque hay muchos ejemplos anecdóticos de animales haciendo proezas, incluso heroicas para ayudar a otros, incluyendo a los humanos, los datos de su investigación, en concordancia con otras previas, sugieren que “la conducta de rescate es relativamente infrecuente en la naturaleza”.  No me atrevo a descartarla de tajo, pero parece ser que, simplemente, el perro busca, supera obstáculos, localiza y señala a una persona porque asocia estas conductas con el premio que el entrenamiento le enseñó que recibirá por hacerlo.  Ese premio puede ser “matar” al mordedor (presa), “cazarlo” y traerlo (cobro), comida, cariño u otro resultado que le gratifique, y en la medida en que reciba su recompensa (o reforzador, en términos psicológicos), y lo hagamos de forma coherente según las constantes etológicas del aprendizaje y el desempeño animal, mantendrá la conducta.

Ahora bien, los condicionamientos clásico, instrumental y sus cadenas que a la larga son la base del entrenamiento de los perros K-SAR (o K-9, como también son llamados), no son las únicas variables que intervienen: funcionan mejor o peor, se fijan con más o menos facilidad, valencia y permanencia en la memoria del animal dependiendo del buen o mal manejo de las emociones del Guía, junto con su comunicación y armonización con las emociones del perro a lo largo del proceso, la construcción de confianzas mutuas y el siempre presente componente de cognición o capacidad de procesamiento de la información que tiene toda especie inteligente (no solos los humanos), y del que conocemos más bien poco, si bien la humanidad ha aprendido algo de ella en las últimas décadas.  Paredes-Ramos y Coria-Ávila (2012), nos ofrecen una introducción al concepto de la cognición en los perros, explicándola como “sus procesos mentales de atención, memoria y comprensión de señales para crear nuevo conocimiento y utilizar dichos procesos para la solución de problemas.”  Su investigación aporta una muestra de las capacidades cognitivas de los perros, pero concluyen que “al igual que en la mayoría de especies animales, son poco estudiadas y aceptadas como cognición verdadera”, y sugieren más investigación al respecto. 

Lo que sí sabemos es que cada sujeto es diferente de los demás, aborda y ejecuta los aprendizajes de forma ligera o ampliamente diferente de sus congéneres, desde una suerte de “personalidad” canina que imprime características individuales que diferencian el desempeño de unos y otros.  A unos les gustan más unas actividades, y a otros, otras.  Este perro es mejor haciendo, esto, y ese otro es mejor haciendo aquello, aunque sean entrenados de la misma forma.  También sabemos que determinadas razas “necesitan tener la cabeza ocupada”, “tener un oficio”, ejecutar conductas exigentes que les demandan esfuerzo físico y energía psicológica para mantener un equilibrio conductual, un óptimo nivel de desempeño y su misma salud física.  Debemos identificar esas características individuales y de cada raza para aprovecharlas lo mejor posible, y prever las eventuales dificultades de cada ejemplar, eso sí, cuidándonos permanentemente de asignarles significados más nuestros que de ellos. 

Entre esos significados están los conceptos humanos de honor, heroísmo, deseo de servicio y sacrificio a los que les echamos mano cuando no entendemos algo, o cuando queremos justificar un mal resultado, casi siempre relacionado con un error humano: un perro de detección de explosivos no “arriesga su vida por la patria”, así como uno de búsqueda y rescate tampoco cae en un golpe de calor y muere “por salvar a la humanidad”.  Tampoco por hacer feliz a nadie.  Esos son conceptos humanos que explican tal vez parte de las motivaciones del Guía, que es el principal responsable de que todo funcione de manera correcta y segura para ambos.  Las personas elegimos exponernos a los riesgos que conllevan estas actividades, en cambio los animales jamás las escogieron: nosotros los involucramos sin preguntarles.  Si pudieran tener una vida natural en la que dependieran de su propia conducta, con toda seguridad harían otras cosas.

Tenemos que cuidar a los perros de trabajo por eso, por ética, por respeto a la vida y porque son un recurso muy valioso y difícil de formar: si su perro se lesiona o muere en una emergencia, ese excepcional recurso ya no estará disponible, y se disminuirá la capacidad de salvar vidas humanas.  Y porque se supone que quien aporta la inteligencia y la responsabilidad en este trabajo de equipo es el humano.  Estos principios deben estar muy claros en la base de todo grupo de búsqueda y rescate con perros.

Por todo lo anterior los perros de trabajo, incluidos los de búsqueda y rescate, deben ser perros felices en toda la extensión de la palabra: en sus condiciones de vida, salud, adiestramiento y en las labores especializadas; no solo por la ética debida sino también por efectividad.  Ninguna forma de relación con ellos que parta del maltrato, la presión o la negligencia consigue la misma calidad de desempeño y resultados que las técnicas más basadas en el estímulo adecuado, el bienestar del animal y la canalización entusiasta de su conducta, sus emociones y su motivación hacia los objetivos de la Especialidad.  En las Neurociencias afirmamos desde hace tiempo que “el cerebro necesita emocionarse para aprender”, y el mismo principio también aplica para el cerebro canino.  No solo los condicionamientos intervienen, sino también el adecuado reconocimiento, manejo y sincronización de las emociones del Guía, el Figurante y el perro, como muestran las diferentes secciones de este libro.

Fotografías 84 a 89.  Existen numerosos monumentos de homenaje a los perros de búsqueda y rescate.  Bienvenidos, como símbolo de agradecimiento, admiración y respeto, pero sin creernos el mensaje de que deben “morir por salvar a otros”, porque un rescatista humano o canino muerto ya no le sirve a nadie.  Mucho mejor asumir y aplicar para nuestros perros y para nosotros mismos el mensaje escrito sobre la Fotografía 90, tomado de las redes sociales de Rescatistas voluntarios de la Defensa Civil Colombiana: